viernes, 24 de julio de 2009


Cualquier huevón con la cara roja por el alcohol, calvo, con barriga y un look de mierda podrá permitirse hacer comentarios sobre la apariencia física de las chicas, comentarios desagradables si es que no las incuentra suficientemente arregladas u observaciones asquerosas si es que le da rabia no podérselas tirar. Esas son las ventajas de sus sexo. Los hombres quieren hacer pasar la excitación más patética como si fuera algo simpático y pulsional. Pero no hay muchos Bukowskis, la mayoría de las veces, se trata simplemente de un paleto cualquiera. Sería como si yo, por tener vagina, me creyera tan cañón como Greta Garbo. Estar acomplejada, he aquí algo femenino. Eclipsada. Escuchar bien lo que te dicen. No brilar por tu inteligencia. Tener la cultura justa como para poder entender lo que un guaperas tiene que contarte. Charlar es femenino. Todo lo que no deja huella. Todo lo doméstico se vuelve a hacer cada día, no lleva nombre. Ni los grandes discursos ni los grandes libros, ni las grandes cosas. Las cosas pequeñas. las monadas. Femeninas. Pero beber: viril. Tener amigos: viril. Hacer el payaso: viril. Ganar mucha pasta: viril. Tener un coche enorme: viril. Andar como te da la gana: viril. Querer follar con mucha gente: viril. Responder con brutalidad a algo que te amenaza: viril. No perder el tiempo en arreglarse por las mañanas: viril. Llevar ropa práctica: viril. Todas las cosas divertidas son viriles, todo lo que hace que ganes terreno es viril. Eso no ha cambiado tanto en cuarenta años. El único avance significativo es que ahora nosotras podemos mantenerlos. Porque el trabajo alimenticio es demasiado exigente para los hombres, que son artistas, pensadores, personajes complejos y terriblemente fáciles. El salario mínimo es más bien una cosa de mujeres. Evidentemente, en contrapartida, habrá que entender que ser unos mantenidos les puede transformar en tipos violentos o desagradables. Porque no es fácil, cuando se pertenece a la raza de los grandes cazadores, no ser el que trae la comida a casa. Los hombres, qué guay, nos pasamos la vida comprendiéndonos. Porque la extraordinaria desesperación también tiene sexo, el nuestro, nuestra práctica es el gemido quejica.

Extraído del ensayo Teoría King Kong de Virginie Despentes.